no lo cambian los que viven lamentándose del mal que existe, sino los que hacen algo
por mejorar la realidad. ¿Qué se consigue con lamentaciones? Deslíguese ya desde ahora
de esa antipatía que Ud. tiene hacia sí mismo y hacia las realidades desagradables que
encuentra a lo largo de su jornada. Lo que se puede cambiar y mejorar, se mejora y se
cambia. Pero lo inevitable hay que aceptarlo. Acepte que las cosas hayan sucedido así. El
Padre Dios lo permitió. Acepte su plan y su santa voluntad, acepte con papel hecho de no
ser aceptado por todos. No somos moneda de oro que a todos nos gusta. Acepte con paz
el hecho de querer ser humilde y en cambio sentir oleadas ahogadoras de soberbia: el
hecho de no ser puro como quisiera. Acepte en el hecho de que con grandes esfuerzos
obtiene a veces pequeños resultados, acepte con paz el hecho de que a Ud. como a San
Pablo le suceda la triste realidad de que “el bien que quiere hacer no lo hace, y el mal que
no quiere cometer sí lo comete”. Deje que las cosas sean como son. Son asuntos que ha
permitido el Padre Dios. ¿Y Quién se atreverá a darle consejos a Él acerca de lo que
tiene que hacer o permitir? Repita con Jesús. “Hágase oh Padre, no lo que yo quiero, sino
lo que quieras Tú”.
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