Si nosotros tenemos todavía alguna área de nuestra vida donde no veamos la mano de Dios, allí puede nacer la desesperación. Nuestra impaciencia puede nacer [a causa] de que desconfiamos de los grandes bienes que Dios tiene preparados por medio de sus planes que nos hacen pasar por situaciones dolorosas y amargas. El Creador escoge circunstancias aparentemente malas, para obtener grandes bienes a nuestro favor y librarnos de verdaderos males. Cuenta Wilkerson que un hombre se creía muy santo y muy capaz de llegar por sí mismo a la perfección. Pero vinieron sus faltas y sus
debilidades y derrumbaron la muralla de su vanidad y ahora ya no confía en sí mismo sino en el poder y en la bondad de Dios. Salió ganando. Una señora afirmaba: “Si mi esposo no hubiera muerto dejándome en el desamparo y en miseria, y si mis amistades no me hubieran abandonado a causa de una calumnia que alguien inventó, yo nunca habría encontrado a Dios. Qué cierto es lo que afirmaba San Pablo “Todo redunda en bien de los que aman a Dios”.
El profeta Habacue narra una experiencia suya. Un día al ver tantas desgracias que sucedían dijo a Dios: “¿Señor clamamos a Ti y Tú no nos oyes? ¿Y el que hizo los ojos no va a ver? Pero es que tiene derecho la vasija de barro a discutirle al artista que la fabrica y decirle: ¿Por qué me formas así?” “¿Qué sabemos nosotros? Nada. Pero Dios sí sabe lo que más conviene.