Esta fórmula va a ser como el “Ábrete Sésamo” para que usted pueda entrar al salón de todos los tesoros de la personalidad. No deje de leer y releer lo que le vamos a decir en seguida acerca de la famosísima Fórmula Magistral que le enseñará las Leyes del Éxito. La lectura de lo que sigue le puede hacer mucho bien. Insistimos aquí en algunas ideas que ya se dijeron al principio de este libro, pero que son extraordinariamente importantes. La FORMULA MAGISTRAL es un activo principio en el cual los antiguos sabios resumieron admirablemente las cinco cosas que hay que hacer para llegar al triunfo. Muchísimos discípulos modernos las han puesto en práctica y han conseguido resultados admirables.
Los cinco elementos que componen la Fórmula Magistralson:
1. Tener ideales definidos.
2. Sentir deseo insistente por conseguirlos.
3. Confiada esperanza de que sí se conseguirá.
4. Perseverante determinación de luchar por conseguir lo que se quiere.
5. Pagar el precio que el ideal exige.
En otras palabras, la Fórmula Magistral es una escalera para llegar al éxito que se desea, y se compone de cinco escalones:
I. Saber exactamente qué es lo que se desea conseguir ( o sea: ¿cuál es su ideal?).
II. Desear con gran vehemencia conseguirlo.
III. Tener esperanza cierta y gran confianza de que sí se conseguirá.
IV. Determinarse, proponerse conseguirlo sin desanimarse ni echar pie atrás en el esfuerzo.
V. Hacer todos los sacrificios que exige el ideal que uno se ha propuesto.
LO PRIMERO:
IDEAL es: una idea clara, concreta, firme y positiva de lo que se desea conseguir o llegar a ser. Es lo que anhelamos; a lo que aspiramos, el fin que nos proponemos, la intención que tenemos, el propósito que deseamos cumplir; aquello que esperamos o queremos obtener…. Ideal es algo fijo a lo cual queremos llegar. La gente para expresar lo importante que es el tener ideales bien definidos dice: “Es preciso saber exactamente qué es lo que se desea ser o conseguir”. Cuanto más claros y definidos sean los ideales, o propósitos o fines que uno desea conseguir, mayor será la potencia mental que nos empuje a obtenerlos.
Marden dice: “Los grandes realizadores trabajan poco con sus manos. Casi todo lo fabrican con su pensamiento. Planean, sueñan, idealizan… y luego les llega la realidad del triunfo. Muchos no vencieron nunca su pobreza material porque no fueron capaces de vencer antes su pobreza mental. No pensaron y por tanto no triunfaron. Muchos fracasaron porque no tuvieron ideales”. Es imposible ponderar debidamente la importancia que para adquirir éxito y personalidad tiene el proponerse un ideal bien definido, y amar ese ideal. Conocer con exactitud lo que deseamos, es el primer paso que hay que dar, y el no saber exactamente qué es lo que se desea conseguir ha sido para muchos la causa de su fracaso. Uno puede ser enérgico y cumplir los otros cuatro puntos de la Fórmula Magistral, pero si no tiene bien definido el ideal de lo que desea conseguir puede quedarse “varado” en mitad del camino. Del sabio Einstein, inventor de la bomba atómica, dicen que era tan distraído que un día en un tren lo vio preocupado el cobrador y le preguntó: “Doctor, ¿qué le sucede? Ah, respondió el sabio: es que se me perdió el tiquete”. Por eso no hay afán, le dijo el cobrador, yo no le cobro el pasaje. – Sí, le dijo Einstein, pero es que lo grave es que ahora no sé para dónde es que viajo… Esto que le pasaba al distraído y maravilloso sabio, le sucede a tantas personas: van viajando por la vida, pero no sabe para dónde… y sin meta fija es difícil que logren llegar bien. Quién carece de definidos ideales y no sabe exactamente qué es lo que desea ser o conseguir, viaja en el tren de la vida, pero no sabe para dónde está viajando. Carecer de ideales es como disparar sin apuntar a ninguna parte. Es perder el tiempo. Vivir sin ideales fijos es como empezar a construir una casa sin planos ni medidas de lo que se va a hacer. No olvidemos que lo que la gente ha obtenido con éxito, antes que existiera como realidad conseguida, existió como ideal en la mente de los realizadores. Algunos han realizado mucho porque tuvieron poderosos ideales en su corazón. Cuanto más fuertemente estén “idealizados” nuestros deseos en nuestro cerebro, más fuerza sentiremos para lanzarnos a conseguirlos. Cuanto más claramente aparezca ante nuestra mente lo que deseamos ser o conseguir más fuerza recibirá la voluntad para tratar de obtenerlo. Los ideales nebulosos, indefinidos, producen propósitos vagos e inconstantes. Quien desea hoy una cosa y mañana otra distinta, es probable que no consiga ninguna de las dos. “Quién mucho abarca poco aprieta”, decían los antiguos, para señalar que no hay que dispersar la mente y voluntad en muchos ideales al tiempo. Hay que ir de uno a uno. El estar cambiando de ideales impide la concentración y enfoque de la voluntad y del cerebro, tan necesaria para llegar al éxito. Hay que ir eliminando uno por uno los deseos inútiles, a fin de ir limpiando de malezas el terreno en donde debe crecer sano y vigoroso el ideal de lo que deseamos conseguir, porque así concentrada la atención en el deseo dominante y no teniendo que estar alimentando otros deseos sin importancia, podrá recibir toda la savia de energía del alma y llegar a producir frutos en abundancia.
A muchas personas les ha sido imposible conseguir un ideal fuerte y atrayente que los mueva a trabajar con heroísmo porque han distraído sus fuerzas en un montón de pequeños deseos que se combaten unos a otros. “Divídalos y los vencerá” le aconsejaba el Emperador romano a un jefe militar que se iba a luchar contra los enemigos. Eso hace la imaginación con tantas personas: les divide su voluntad en mil pequeños deseos, y por crecer todos al tiempo se quedan todos raquíticos. Más vale arrancar todos los secundarios y dejar que crezca lozano y frondoso un solo ideal, un solo proyecto, y éste nos llevará al éxito. Hay personas que quieren al mismo tiempo tantos ideales que no son capaces de decidirse por ninguno y se quedan en un matorral de malezas sin cultivar ningún árbol que produzca frutos. Habría que repetirles la frase que Salomón dice en el Cantas de los Cantares: “Cazad o ahuyentad esos conejillos que invaden la huerta porque entonces no habrá cosecha”. Echemos lejos los pequeños deseos inútiles y quedémonos con nuestro Gran Deseo, nuestro ideal, y alimentémoslo y dejémoslo crecer. Un día será el árbol más frondoso y más lleno de frutos de toda nuestra existencia. Amigo: recuerda ¿Cuál es el primer escalón para subir al éxito? Claro que sí. Se llama “Tener un ideal. Un ideal bien definido”. ¿Ya puso su pie en el peldaño? No olvide que si no asentamos firmemente nuestro pie en este primer escalón no podremos subir al segundo. Y recuerda ¿Cuál es el segundo peldaño? Lo vamos a decir en seguida.
EL SEGUNDO ELEMENTO:
El grado de altura al cual logremos llegar en la consecución de nuestro ideal lo decide, después de la ayuda de Dios, la intensidad con que deseemos obtenerlo. El deseo es la fuerza que nos permite caminar en busca de los objetivos. Recordemos lo que es el anhelo. Anhelo es querer, desear algo pero con mucha intensidad. Y esto es lo que nos hace falta para triunfar. Claro está que a veces, sobre todo en ratos de cansancio o de tristeza, dejamos de querer o desear intensamente. Pero hay que volver luego a prenderle fuego a la llama del buen deseo. Ya que nos propusimos un ideal preciso y claro, dediquémonos ahora a quererlo, a desearlo con verdadera pasión. El deseo vehemente y enérgico hace más fácil la consecución del ideal. Detrás de cada triunfo de las personas bien realizadas hay probablemente una poderosa fuerza de deseo que las llevó a triunfar. Son pocos los grandes triunfos que e obtienen sin haberlos deseado fuertemente. Recordemos un caso: Bolívar. Otros patriotas tenían mejor salud que él, (era tuberculoso). Muchos de sus compañeros tenían mejor contextura física y gran cantidad de sus paisanos tuvieron mejor preparación intelectual que la que él tuvo (apenas si tuvo algo de colegio y nada de universidad. Su cultura la adquirió estudiando y leyendo por su cuenta [autodidácta]). Pero el deseo de Bolívar por conseguir la libertad era más fuerte que el de todos los otros. Y con este deseo apasionado y vehemente, sumado a las cualidades que Dios le dio y a las oportunidades especiales que se le representaron, llegó a la cumbre de los éxitos. Pero delante de sus triunfos iba su deseo inmenso de libertad a sus hermanos.
El deseo insistente consiste en persistir deseando, en perseverar queriendo obtener lo que se anhela. Es un ansia, una aspiración, una verdadera necesidad que se siente de coronar el ideal.
Insistir es tomar una actitud y negarse a deponerla. Es mantener firme y resueltamente el deseo. Es desear como desea pan el hambriento, agua el sediento, y aire el que se ahoga. Es desear el bien como la madre desea lo mejor para su hijo querido. Los antiguos decían: “Si deseas ser persona importante deber clavar fijamente ese deseo en tu cabeza”. Muchos se imaginan que sí desean, pero en verdad no desean. Es que no han aprendido a desear con vehemencia, con aquella hambre devoradora y aquel irresistible deseo que caracteriza a los que se han propuesto apasionadamente un ideal y no descansa hasta conseguirlo. Víctor Alfieri, insigne poeta italiano (1800), empezó su carrera como escritor ya muy tarde, y sin embargo llegó a una gran popularidad. Alguien le preguntó: “¿Cómo consiguió en tan poco tiempo tantos éxitos?” Y el escritor le respondió: “Deseando. Deseando, deseando firmísimamente conseguirlo”. Pocos son los que se dan cuenta de lo que significa desear vehementemente conseguir un objetivo. Y por eso hay muchos que no lo consiguen. Lo que llamamos “recia voluntad, voluntad de acero”, no es la mayor parte de las veces sino un deseo vehemente que no deja de insistir mientras no logre el objetivo propuesto. Quien conozca a alguien de firme voluntad hallará que en esa persona arde fuertemente la llama del deseo de conseguir lo que se propone y que de este deseo obtiene el combustible necesario para seguir luchando e insistiendo. Y por el contrario: muchas veces se oye decir: Fulano carece de voluntad para hacer esto o lo otro…y si vamos a examinar a fondo la cuestión venimos a constatar que lo que le falta no es voluntad sino deseo de conseguirlo. Que no es mayor fuerza lo que necesita, sino mayor motivación. Por eso los grandes líderes motivan a sus gentes para que lleguen a desear ardientemente lo que se les propone. Una vez encendida la llama del deseo, ya la estampida será incontenible hacia la meta del éxito. ¿De qué nos serviría una persona con muy fuerte voluntad si no tiene fuerte deseo de conseguir lo que se propone? A veces consigue más alguien con 60 de deseo y 40 de voluntad que otros con 60 de voluntad pero solo 40 de deseo.
En muchísimos casos cuando escaseó la voluntad se vino a notar que ello se debía a que se había debilitado el deseo de obtener lo que se esperaba. Y en otros muchos se logró comprobar que la voluntad se robusteció y se hizo indomable cuando el deseo de conseguir el objetivo se hizo vehemente y constante. Desear vehementemente conseguir un objetivo no es desear con tibieza y resignarse a decir: “Bueno y si no se puede, ¿qué vamos a hacer? Dejemos esto que ya no se pudo”. Eso no dice una mujer que busca a su hijo perdido… ella sigue buscando porque desea con vehemencia encontrarlo. Así que recordemos nuevamente: el segundo peldaño para subir por la escalera del éxito es el INSISTENTE DESEO, el desear vehementemente conseguir lo que se ha propuesto obtener. Y no olvidemos aquella formidable promesa de Jesús: “Dichosos los que tienen hambre y sed de ser buenos y mejores, pues sus deseos serán satisfechos” (S. Matero 5,6). Porque como dijo el profeta: Dios satisface los buenos deseos de sus amigos (Salmo 145).
Por eso los sicólogos andan repitiendo: “Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás”. Queda pues ya explicado cuál es el segundo peldaño para subir al éxito. ¿Hemos puesto ya el pie en él? Recordemos que no podremos subir debidamente al tercer peldaño si no hemos pasado por el segundo… Si no asentamos firmemente los pies en ese segundo no llegaremos jamás a los grados superiores de la escala del éxito. Y ahora a explicar el tercer peldaño.
TERCER ELEMENTO:
Esperanza cierta y gran confianza de que sí se conseguirá lo bueno que se desea. Es una fe inquebrantable en que si lograremos lo que nos propusimos como ideal y lo que hemos venido haciendo con tanta insistencia. Es una seguridad semejante a la que tenemos de que mañana saldrá el sol y de que el efecto sigue a la causa, y de que dos más dos son cuatro. La confiada esperanza ha sido llamada “el poder de la magia blanca en la sicología porque produce una energía dinámica que llena de fuerzas a la persona para esforzarse. Aquí sí que se cumple aquello de que “la fe mueve montañas”, Jesús decía: “Si tenéis fe, aunque sea tan poquita como un granito de mostaza, le diréis a una montaña: “Quítate de aquí, y os obedecerá”. (S. Mateo, 17, 20)”. Esto sucede diariamente. Millones de adversidades y de circunstancias difíciles que se les oponen, y las mueven con la fe absoluta y total de que sí van a lograr, con la ayuda de Dios y su esfuerzo propio, echarlas a un lado y superarlas. Los jefes de ventas saben por experiencia que si sus vendedores tienen firme esperanza de que su producto sí a ser comprado, se dedicarán con mayor entusiasmo a tratar de venderlo y obtendrán mejores resultados. La esperanza en el éxito es como el chorro de gas o de combustible que viaja hacia la llama. Cuando mayor sea, más grande será el calor y la energía que producirá. La falta de esperanza en el triunfo, y lo que es peor, el temor de que se va a fracasar o de que se va a llegar al desastre, apaga totalmente la llama del deseo por esforzarse, y paraliza aterradoramente la capacidad de reflexión, de lucha y de perseverancia. Ninguna facultad podrá actuar de manera plena y eficaz si nos dejamos vences por la duda, el miedo, la incertidumbre, la falta de esperanza en el éxito. Entonces pensamientos negativos resultan siniestros y totalmente dañosos. Perder la esperanza de llegar al éxito, equivale a perder el deseo y la voluntad de triunfar. Cuando llega la desesperanza, ella trae consigo como una sombra, el fracaso, el declararse derrotado antes de haber presentado batalla. La esperanza firme de conseguir el éxito no puede descartarse de ninguna fórmula que trate de llevar a una persona hacia el triunfo. Cuando nuestros miedos, nuestras desconfianzas y pesimismos sean echados a un lado y los reemplacemos por pensamientos de triunfo, de confiada esperanza y de alegre seguridad de que sí vamos a triunfar, habremos dado con ello un pisotón fuerte al acelerador del motor de nuestra personalidad y el adelanto será prontamente notorio. Pero si dejamos que en nuestro cerebro aniden la desconfianza, el miedo y la falta de esperanza en el triunfo, con esto estaremos colocando la palanca de reverso en el motor de nuestra voluntad y desandando lo que ya habíamos adelantado.
Los alemanes por burlarse de algunos aliados suyos algo cobardes, decían en la última guerra, que los tanques de esos señores no tenían sino tres barras de cambios: dos servían para echar reverso cuando veían al enemigo en frente y la otra que sí servía para empujar hacia adelante, no funcionaba sino cuando el enemigo venía por detrás… Parece que la mente de algunos solamente tiene estos tres cambios: cuando ven la dificultad ponen el cambio de “reversa”, el pensamiento del “imposible”, “no puedo”, “nada voy a conseguir” y solamente encuentran razones y fuerzas para salir huyendo de las dificultades, y nunca para atacar. Recordemos pues cuál es el tercer peldaño para subir hacia el éxito: la confiada esperanza de que sí podremos triunfar. Cuando Demóstenes incitaba a su pueblo a salir a luchar contra los opresores que intentaban invadir la patria, el pueblo entero, exclamaba gritando con emoción: “Todos a combatir y a triunfar: de frente mar”. Digamos otro tanto: “Con la confiada esperanza de que los éxitos sí han sido hechos para nosotros, con alegría y esperanza; todos a subir el nuevo peldaño del triunfo: de frente, ¡mar! Si no asentamos firmemente el pie sobre el tercer peldaño, no podremos pasar al siguiente.
EL CUARTO ELEMENTO:
El Cardenal Cagliero, que en su juventud estuvo siempre al lado del famoso educador Don Bosco, exclamaba “En 35 años que estuvo junto a este gran hombre, no recuerdo haberle visto una sola vez desanimado, desalentado o con ganas de desistir y de echar pie atrás en sus obras. Las deudas lo acorralaban, los enemigos le hacían toda la guerra posible, las enfermedades se cebaban en su cuerpo, y las dificultades eran cada día más “si en Algo quieres exAgerAr que seA en esto: en mostrarte siempre extremAdAmente AmAble”. (San Francisco de Sales). grandes, y sin embargo, su determinación, su propósito de conseguir lo que se había propuesto, eran tan grandes y su fe en el poder de Dios era tan inmensa, que partiendo de la nada, de cero en economía y en ayudas materiales, llegó a tener al morir más de 40 grandes obras educativas para niños pobres en diversos países. Se propuso conseguirlo y lo consiguió. El determinarse, la “Persistente Determinación”, consiste en la insistente, inmutable, fija, estable, tenaz, firmísima voluntad y persistente propósito de intentar obtener lo que se ha fijado en el cerebro como ideal que hay que conseguir, lo que se ha deseado con gran vehemencia y lo que se ha esperado con invencible confianza.
Disraelí (+1881) fue un célebre jefe de gobierno en Inglaterra, y solía repetir a quien le pedía algún consejo para obtener personalidad: “Ninguna dificultad logra oponerse con éxito a quien tiene una voluntad firme, decidida y perseverante de conseguir los ideales que se ha propuesto”. La altura a la cual logremos llegar, dependerá, después de la ayuda de Dios y del vehemente deseo de triunfar que tengamos, de no echar pie atrás en nuestro esfuerzo por conseguir el ideal.
Es necesario aplicar resueltamente toda nuestra voluntad a obtener lo que nos hemos propuesto, y querer persistente y determinadamente que tengan éxito nuestros esfuerzos. Persistencia equivale a tenacidad. Se llama “tenaz” a quién es porfiado y no se cansa de insistir para obtener lo que se ha propuesto. Persistir es mantenerse firme, constante, en lo que se emprende, y durar largo tiempo tratando de conseguirlo. Persistir y ser tenaz: he aquí lo que se necesita para llegar al cuarto escalón del éxito. Veamos esto mismo con un ejemplo que se ha hecho célebre en la historia. Bernardo Palissy es considerado como el creador de la moderna cerámica en Francia. En 1550 vio una pieza de cerámica china, finamente esmaltada. Era algo imposible de fabricar en Francia, porque allí nadie sabía esmaltar, Palissy se propone derretir el esmalte para lograr adherirlo a las vasijas de barro. Trabaja 10 años en ello, ningún horno alcanza a producir el calor suficiente. Fabrica un horno, y otro, y al fin logra uno que sí CADA DIA HAZ ALGO QUE TENGA EL SABOR DE AMOR Y DE SERVICIO. produce el calor necesario, pero cuando ya el esmalte empieza a derretirse, se acaba la leña… Bernardo tiene voluntad firmísima de alcanzar lo que se ha propuesto y lanza al horno todo lo que encuentra en casa, puertas, ventanas, muebles, todo va cayendo entre las llamas, con tal de que el calor no disminuya. La esposa sale corriendo a avisar que su esposo se ha vuelto loco, y cuando la policía llega a detenerlo, únicamente le oyen decir alborozado: “Al fin lo he conseguido. El esmalte se ha derretido. He descubierto la fórmula de fabricar loza esmaltada”. No había quedado en su casa ni siquiera una butaca para sentarse, pero Bernardo había obtenido lo que se había propuesto: lograr esmaltarla loza. Llevaban diez días casi sin comer ni dormir, y diez años investigando y haciendo ensayos, y estaba totalmente pobre de tanto gastar por conseguir su invento…y lo consiguió, y hoy en día, cuando en Francia se nombra a Palissy, los orfebres lo reconocen respetuosamente como el que supo dar el gran paso hacia la orfebrería moderna. Quiso. No se cansó de querer, y lo consiguió. ¿Y por qué? Porque tuvo persistente voluntad para conseguirlo y no desanimarse ante las dificultades.
Persistencia equivale a inquebrantable resolución, dirección absoluta e incambiable hacia cierto fin. Así como la brújula se dirige siempre hacia el norte, así nuestra voluntad debe tener una dirección que no cambia nunca: nuestro ideal. Queremos lograr un especial objetivo y hacia allá se dirige nuestra voluntad noche y día, y su poder se aplica firmemente a esa obra sin dispersarse hacia otras direcciones opuestas. Tiene una obra que cumplir, y la recia voluntad nada hace que no vaya en esa dirección. Para que la voluntad pueda triunfar necesita perseverancia, firmeza, invariabilidad de intención y de objetivos, positiva dirección hacia un fin determinado, e infatigable constancia que no le permita jamás desistir de su empeño. Jesús decía: “El que pone su mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el Reino de los Cielos” (S Lucas 9,62). Nadie traza un surco derecho mirando hacia atrás. Hay que mirar hacia adelante. Hay que apuntar hacia la meta, y no desanimarse por los baches que se van encontrando en el camino. Hacer como los ríos. Van encontrando obstáculos: pantanos, cascadas, remolinos, represas, derrumbes, y siguen y siguen hasta que logran llegar al mar. Las aguas que se quedan pereceando estancadas en los pantanos se pudren y se llenan de zancudos. Las que siguen adelante llegan hasta el gran océano.
Cuentas de dos granos de incienso que iban a ser quemados en el incensario ante el altar de Dios. El uno tuvo miedo, se desanimó y se lanzó al suelo. Allí se llenó de barro y cada persona lo pisaba al pasar. El otro no tuvo miedo. Se lanzó a las brasas encendidas, se transformó en blanquísimo humo y en forma de sabroso perfume llegó hasta el rostro mismo de Dios. Se arriesgó, no se quedó en el camino de la mediocridad, y terminó en gloria. Es la historia de tantas personas en esta vida. Se lanzan hacia su ideal, queman su vida por conseguirlo, y terminan gloriosamente. Se necesita persistente aplicación a la obra que hemos emprendido. De ese “no desistir” puede depender nuestro triunfo, porque muchas veces el éxito está muy cerca de lo que nosotros creemos que es un fracaso. Muchos que poseían grandes cualidades y que lucharon con valor, fracasaron porque un poco antes de que las cosas se inclinaran a su favor desistieron de su esfuerzo, y terminaron derrotados, no por las circunstancias o la mala suerte sino porque les faltó perseverancia en sus esfuerzosSi uno estudia las biografías de los formidables inventores Morse (+1872, el del telégrafo) y Edison (+1931, el de la bombilla eléctrica) nota en seguida que el éxito de estos dos grandes benefactores de la humanidad se debe en gran parte en la consecución de los ideales que se habían propuesto y no dejaron de insistir hasta que los lograron conseguir. Fracasaron en miles y miles de experimentos, pero siguieron insistiendo y terminaron en fructíferos y agradables triunfos.
Para llegar al éxito hay que enfocar toda la fuerza viva de la voluntad hacia el fin propuesto. Pero no una o dos veces solamente, sino cien y mil veces hasta lograrlo. Hay que enfocar toda la energía del alma hacia la meta que se anhela, sin andar jugueteando, regando energía en otras metas contrarias, o sin importancia. La voluntad debe considerar un verdadero deshonor para ella el desistir de trabajar por conseguir el ideal propuesto. Toda la llamarada de la poderosa voluntad que Dios nos ha regalado hay que lanzarla hacia el fin notable que nos hemos propuesto.
Hay que leer libros que hable de la formación de la voluntad. Por ej. “Secretos para triunfar en la vida, etc.” Hemos visto pues, que el cuarto peldaño para subir al éxito: es la persistente determinación. Determinarse. Proponerse conseguirlo, sin desanimarse ni echar pie atrás en la lucha por conseguirlo. Recordemos: si no ponemos firmemente el pie en este peldaño, no podremos pasar al quinto, que es muy importante y es el siguiente:
QUINTO ELEMENTO:
Es lo que se llama: la equilibrada compensación, y consiste en pagar lo que cuesta el éxito. Y este precio es doble:
1. Un trabajo perseverante y persistente que nos conduzca hacia el fin que nos hemos propuesto y,
2. Un sacrificio de todo lo que sea contrario al bien que deseamos conseguir: deseos, sentimientos, comodidades, estados mentales o emotivos que amenacen estropear u obstaculizar o anular el propósito que nos hemos fijado, todos deben ser sacrificados. Es necesario pagar el precio. Ese es el resumen perfecto que los antiguos hicieron acerca de lo que hay que nacer para obtener el ideal. Los griegos narraban ya hace 25 siglos que la divinidad le dijo a la creatura humana:
¿Quieres éxitos? “Con mucho gusto te los daré, pero me tienes que pagar el precio de cada uno”. Quien verdaderamente desea lograr el triunfo, la coronación de sus ideales, tiene que no vacilar en dedicarse a pagar lo que ello cuesta, en trabajos, penalidades, esfuerzos, renuncia a todo lo que se oponga y retrase el logro de su buen deseo. Cuenta la leyenda que el famoso Hércules, mitológico campeón mundial de fuerzas, cuando era joven se fue a buscar el éxito. Y llegó a un sitio donde el camino se dividía en dos. El que descendía era ancho y fácil, pero tenía un letrero: “Por aquí se va por la facilidad, a la nada”. El otro camino era pedregoso, difícil y muy fatigoso, pero tenía un letrero que decía: “Por aquí se va por la dificultad al triunfo”. Hércules escogió el camino de la dificultad y llegó a la fama mundial. Esos dos caminos se nos presentan todos los días. El uno es el del “menor esfuerzo”. No sacrificarse nada y no conseguir nada. El otro es el camino que los antiguos llamaban “Ad astra per aspera”, a las alturas por el camino de la dificultad. Y lleva hasta el ideal.
La equilibrada compensación es una ley principal en la naturaleza. Nadie puede librarse de esta ley. Para recibir hay que dar. Para obtener un “algo” hay que renunciar a otro ”algo”. Para hacer que suba el líquido de un lado en un vaso comunicante es necesario echar más líquido al otro lado. Emerson, filósofo muy famoso, andaba repitiendo: “Todos cuantos triunfaron en empresas verdaderamente notables pagaron el precio de su victoria, con trabajo persistente e incansable actividad, y renunciando a muchas cosas que se oponían a su ideal”. Siempre los victoriosos tuvieron que sacrificar lo superfluo a lo esencial, lo de menos valor a lo de más valía. Generales han habido que perdieron decisivas batallas por no haber renunciado a una amistad sensual que los entretuvo y los distrajo y les impidió llegar al ideal de su victoria. Cuando el general revolucionario Gaitán Obeso, había ya conseguido resonantes victorias contra el gobierno central y amenazaba con tomarse todo el gobierno de su nación, sus enemigos lograron convencer a una mujer atrevida a que lo engañara con sus charlas y sus fiestas, y mientras él andaba distraído en esas vagabunderías, el ejército contrario lo atacó por sorpresa y lo derrotó completamente. Perdió todo, lo v verdaderamente importante, por no renunciar a lo que valía mucho menos y se oponía a sus triunfos. Cuantos hay que lograron llegar a la meta de sus éxitos porque se entretuvieron por el camino jugando con chucherías como niños chiquitos o indígenas atrasados.
No podemos gastar en deseos inútiles y en antojos de segunda clase el combustible que necesita nuestra voluntad para llegar hasta el ideal que trata de conseguir. ¿Qué hace el vinicultor para que la mata de uva le produzca excelentes cosechas? Apenas recoge los racimos, se dedica a quitarle a la planta, todas las hojas y ramas inútiles. Es necesario sacrificar todo esto para que la planta concentre sus energías en las raíces y se dedique a producir la cosecha que se espera. Si no, le puede pasar como a aquella higuera o árbol muy frondoso al cual Jesús fue un día a buscar frutos y solo encontró hojas y más hojas. El señor maldijo aquel árbol por haber gastado toda su energía solo en hojas, y la higuera se secó. Es la historia de tantos que pudieron triunfar y se quedaron alelados, distraídos en pequeños deseos, en boberías, en hojas de actividades que no eran el fruto que su ideal les proponía. Se distrajeron por el camino jugando con arandelas y se quedaron sin llegar al tesoro del éxito.
Bueno es preguntarse: ¿Qué será necesario que yo sacrifique para que pueda llegar a conseguir mi ideal? ¿Qué inclinaciones de mi naturaleza debo refrenar? ¿Qué menudencias de mi naturaleza emocional debo sacrificar para llegar a lo que sí en verdad vale? ¿Qué actividades secundarias me quitan tiempo y energía que debería más bien encaminar hacia la consecución de la meta que me he propuesto? ¿De veras estoy dispuesto a pagar el precio de mis éxitos? ¿De veras? Cristo narra el caso triste de un hombre a quien su jefe le dio un costalado de oro para que lo negociara (un talento se llama eso en la Biblia) y el perezoso en vez de dedicarse a negociar o a ganarle intereses, lo que hizo fue enterrar el oro y dedicarse a haraganear. Cuando vino el jefe se encontró con que por la pereza del empleado su oro no había producido nada, y lo castigó severamente (S. Mateo 15,15). Cuidado no sea que nos pueda pasar lo mismo. Que por no querer pagar con trabajo constante y fatigante, y con renuncias a lo que se oponga a nuestro ideal, no logremos el premio que nos está esperando. En el Apocalipsis el Maestro nos cuenta una noticia formidable. “He aquí que vengo y traigo conmigo mi salario y mi recompensa. A cada uno le daré según sus obras” (Apocalipsis 22,12). La Biblia nos habla de dos caminos y dos puertas. Un camino ancho y una puerta espaciosa: el trabajar muy poco y no negarse nada de lo que se desea. Por allí se llega a la perdición. Y un camino angosto y una puerta estrecha. El trabajar mucho y negarse todo lo que vaya contra nuestro ideal. Por ese camino se llega a la paz del alma y al triunfo eterno (S. Mateo 7,13).
Hemos llegado al final de la Fórmula Magistral, cuyos cinco elementos son llamados por los sabios: Ideación, Deseo, Fe, Voluntad y Equilibrio. Puede ser que a algunos les parezca demasiado sencilla esta fórmula para que logre llevar al triunfo y a la realización personal. Pero sí la estudian, si la digieren y tratan de asimilar sus cinco verdades se van a convencer de su formidable importancia. Cuando más la estudien y repasen, más la apreciarán. Y cuando más la practiquen, mejores resultados va a obtener. Podemos asegurar por la experiencia de muchos años y con muchas personas, que esta Fórmula Magistral se convierte para el que la practica en una admirable fortaleza, en una verdadera escalera para subir al éxito. Muchos ya lo han experimentado y se sienten plenamente satisfechos.
¿Por qué no tratar de experimentar también este método que a tantos ha transformado? Cada cual cuando se dedique en serio a practicar esta Fórmula de cinco puntos sentirá dentro de sí verdaderas oleadas de poder y de energía que le capacitarán para emprender obras que antes ni siquiera se atrevía a soñar. No olvidemos jamás los cinco elementos de la Fórmula: Ideales definidos o sea, saber exactamente qué es lo que desea conseguir. Deseo insistente, desear con gran vehemencia obtener lo que se anhela. Confiada esperanza, gran confianza de que sí se logrará obtener el ideal que se desea. Persistente determinación proponerse conseguirlo, sin desanimarse ni echar pie atrás. Equilibrada compensación: pagar el precio que el ideal exige, hacer sacrificios para obtenerlo.
Y recordemos la Ley de la atracción que consiste en que cuando uno pone de su parte toda la voluntad por conseguir un bien, la Divina Providencia hace que le lleguen personas, circunstancias, bienes y sucesos que ayuden a obtener el ideal propuesto. No está por demás volver a repetir aquí la bonita frase de S. Juan Bosco: “Tened una gran ideal, amadlo, cultivadlo, trabajad por conseguirlo, y en el día que menos penséis, Dios hará estallar la chispa de una oportunidad, inesperada quizá, pero admirable, en la cual lograréis llegar a la meta de vuestros buenos deseos”. El campesino siembra la semilla en el campo, la riega, la abona, la cuida y la naturaleza se va encargando de que de aquella pequeña semillita resulte un árbol frondoso y lleno de frutos. Nosotros colocamos en el campo de nuestra vida de estos cinco principios. Los regamos recordándolos, los cultivamos practicándolos, no los abandonamos nunca, y la naturaleza, bendecida por Dios, nos los devolverá plenamente multiplicados y convertidos en realizaciones admirables.
Cada uno recibirá lo que se merezca, es la ley repetida más de siete veces en la Biblia. Y es una ley que jamás dejará de cumplirse. ¿Has visto a uno que se esmera en hacer bien lo que tiene que hacer? Pregunta el rey Salomón en los proverbios y añade: “Pues ese no se quedará entre los últimos. Ese llegará a ser de los primeros”. En este libro hemos invitado al lector a hacer lo que debe hacer, para que no sea de los últimos en la vida, sino de los primeros en la realización de sus ideales.
Este libro no es para los cobardes que no quieren vencer, ni para los empequeñecidos que no quieren dedicar tiempo a pensar, sino para los esforzados que saben que “el éxito es de Dios, pero Él se lo da a los valientes”; es para los que no quieren formar parte de los quejumbrosos que se duelen que el éxito no les haya salido al encuentro sin ellos irlo a buscar. Que las palabras de este libro despierten dormidos ideales, aviven esperanzas casi muertas, inyecten valor a voluntades acortadas y obtengan perseverancia en la lucha a lo que ya pensaban dejar el campo en poder de enemigo. Que los que leen estas páginas se den cuenta de que por el camino de la facilidad no se llega jamás a los verdaderos triunfos y que sin el sudor de la frente no se consigue el pan de las verdaderas realizaciones. Pero por sobre todo, que cada uno se convenza de que Dios lo creó para el éxito y no para el fracaso. Que cada uno de nosotros es importante para Dios porque somos hijos suyos, y que Dios no goza viendo fracasar a sus hijos, sino que goza y se siente plenamente satisfecho cuando ve que nosotros luchamos por lograr conseguir nuestros ideales, y llevados de su mano logramos alcanzarlos. Nuestro grito de combate será el de San Pablo: “todo lo puedo en cristo que me fortalece. Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? (Rom. 8).