Le preguntamos a un amigo: “¿Cómo es que te casaste al fin, tú que eras tan mujeriego y que nunca te decidías por ninguna?” – y él nos respondió: “Mira, es que mi esposa es muy distinta de todas las demás mujeres que yo había tratado”. ¿Y por qué distinta? – Bueno, es que yo siempre había deseado una mujer noble, sencilla, detallista, cariñosa sin ser cansona, inteligente sin ser presuntuosa, trabajadora sin ser esclava del oficio, etc.
Y mi señora reúne todas esas cualidades, por eso me enamoré y me casé con ella. ¿Qué significan estas palabras? Que aquella mujer fue precisamente lo que el sano egoísmo de aquel hombre buscaba. Lo que a él le agrada es que ella colma lo que su egoísmo estaba buscando. ¿Qué logró esta mujer que no lo habían conseguido las demás que él había tratado? Darle importancia a los que el sano egoísmo de aquel hombre ambicionaba. Ah si nosotros estudiáramos más los gustos de los demás, cuántos más numerosos serían nuestros triunfos sociales. Desafortunadamente dedicamos muy poco tiempo a estudiar qué es lo que los otros desean y quieren con mayor intensidad. San Ignacio repetía “esmerarse por satisfacer los sanos gustos de los demás, y así lograremos que ellos se esmeren por satisfacer los sanos gustos nuestros”. Pero, cuidado con el propio egoísmo. Hay que refrenarlo. Un egoísmo desenfrenado puede convertirse en la mayor amenaza para el buen trato social, y puede llegar a degenerar en neurosis y matar las fuerzas del amor como un cáncer maligno. Egoísmo es amor a sí mismo, a sus gustos y pareceres, a su bienestar y buena fama. Un sano egoísmo sirve para empujar a la persona hacia el triunfo. Pero cuando el egoísmo es exagerado y excluyente y no busca sino lo suyo sin darle importancia al bien y a la felicidad de los otros, se convierte en una verdadera enfermedad del espíritu que echa a pique toda la personalidad. Seyle, el creador de la palabra stress, dice que una causa muy común del stress es el egoísmo exagerado, la egolatría, el andar buscando solamente la satisfacción de los propios gustos y vivir mendigando el ser estimado y conocido y aplaudido, en vez de dedicarse a buscar lo que agrada y hace bien a los demás. El buscar hacer felices a los otros trae paz y tranquilidad. El buscar satisfacer nuestros caprichos y vanidades trae preocupación y cansancio nervioso.
No podremos vivir de espaldas al bien de nuestros semejantes y pretender ser felices y ser amados. Para ser felices será menester dedicarnos a hacer felices a los que conviven con nosotros.