Algunos viven llenos de miedo por el porvenir y el futuro porque se les olvida que hay un Dios Poderoso y Amable que cuida de ellos y no les fallará ni una sola vez para ayudarlos.
Por temor es que no realizamos obras verdaderamente grandes. Los miedos envenenan el alma y son más destructivos y desmoralizadores que constructivos y vivificantes. El miedo es la causa de la mayor parte de los deberes omitidos y de las responsabilidades evitadas. Hay temores buenos y hacen evitar muchos males. Por ejemplo el temor a una indigestión nos hace evitar comer lo que nos hace daño. El temor a un accidente nos hace manejar con prudencia. El temor a perder una amistad nos hace callar palabras ofensivas que deseábamos decir… Pero hay temores verdaderamente dañinos y corrosivos que corroen toda nuestra personalidad y que hay que desecharlos si en verdad queremos triunfar.
El temor al futuro. Hay pobres individuos que se pasan la vida presagiando desgracias para el porvenir, y así convierten su vida y la de sus vecinos en un verdadero mar de amargura. El temor por el futuro si le damos cabida en el cerebro se apodera de todo el ser y trae tensiones y preocupaciones, y apaga el entusiasmo. Emerson, el famoso filósofo, dejó escrito: “El mejor modo de prepararse para enfrentar los problemas del futuro, es dedicarse a cumplir bien los deberes del presente”. Y el Profeta Isaías para llenar de valor a los inclinados al miedo les repetía: “Ánimo, manos eternas nos sostienen”.
El miedo al principio parece que nos está protegiendo, pero después se ve que nos estaba mutilando y destruyendo. No andemos comunicando nuestros temores a los demás porque se contagian de nuestro miedo. Podemos sí consultarlos con un amigo serio y prudente, porque el miedo compartido pierde mucho de su poder; pero que el contarlo sea para pedir consejo y no para prenderle a otros nuestra terrible falla psicológica. ESTOY SEGURO DE QUE MI PADRE NUNCA SE CAE. A un niño que tranquilamente va sentado sobre el hombro de un equilibrista que pasa en motocicleta por un cable tendido entre las azoteas de dos edificios, le preguntaron: “¿Y no te da miedo?” Su respuesta fue: “Yo no siento miedo, porque sé que mi padre nunca se cae”.
Amigo lector: Usted viaja en los brazos de Dios. Y su padre nunca se cae. Expongámonos a aquello que nos causa temor. Si nos empeñamos en evitar las cosas que nos atemorizan nos vamos a fabricar una verdadera camisa de fuerza que nos sofocará. ¿Nos produce miedo tratar con aquella persona? ¡Tratémosla! Veremos que no es el león tan feroz como lo pintan.
Luther King, el líder mártir de la igualdad, solía decir: “El miedo tocó la puerta, la fe salió a abrir, y el miedo ya no estaba”. ¡Qué gran verdad! Si cada vez que el miedo llegue a la puerta de nuestro espíritu enviamos a la fe a recibirlo, el miedo se alejará corriendo.