A veces cuando una joven vuelve de su luna de miel, dice a su madre: “¿Mamá, esto es el amor? Si yo hubiera sabido lo que es el amor, nunca me habría casado. Yo no soy para él sino un objeto de placer. Una vez saciado su egoísmo, se despreocupa de mí, como hace una chofer con el trapo con el que quita la grasa de sus manos, lo echa a la caneca de la basura”. Pobre muchacha, dio con un egoísta que no pensaba sino en él mismo, sin importarle la felicidad de los demás.
Ah, cuántos hogares destruidos porque uno de los dos “mató el amor” del otro y no lo supo cultivar. El amor es como las plantas recién nacidas: ni no se cultiva y no se cuida, se muere, y una vez muerto sí que es difícil volverlo a resucitar. Hay muchísimas maneras de “asesinar” el amor, pero recordemos tan solo unas pocas, para que no vayamos a cometer el error fatal de practicarlas:
1. Leer en el comedor, durante las comidas. Esto es colocar una muralla de papel entre Ud. y las otras personas. Una vez en una gran casa vi a un hombre que mientras los demás charlaban en el comedor, él leía la prensa o dormía, y luego mientras los otros se iban a descansar un poco de tiempo después del almuerzo, él se iba a martillar y a correr armarios, y no dejaba dormir. O sea: mientras los otros charlaban, él hacía un silencio despreciativo, y mientras los demás querían silencio, él hacía todos los ruidos posibles. Así se le mata a cualquiera el gusto por vivir en nuestra compañía.
2. No felicitar ni alabar. Aquella niña se portaba mal todos los días, y la mamá cada noche antes de despedirse de ella la regañaba por todo lo que había hecho mal. Pero un día la niña hizo un gran esfuerzo y se portó maravillosamente. Por la noche la mamá la llevó a la cama, pero no le dijo nada. Al momento de despedirse, la niña se echó a llorar. “¿Por qué lloras, estás enferma? – le preguntó su madre – “No, mamá, es que los demás días cuando me portaba mal, tu me regañabas cada noche al acostarme. Y hoy que hice tanto esfuerzo para portarme bien, ¿Por qué no me felicitas?” Y la señora aprendió una gran lección: que la gente necesita de la felicitación y de la alabanza, como del aire para vivir.
3. Dejarse llevar por lo impulsivo. Ya hemos dicho que eso, lo impulsivo, es generalmente un error. Por eso antes de decir o hacer lo primero que se nos ocurre, pensemos un momento, para ver si aquello en verdad aumentará el amor y la estimación de la otra persona, o si por el contrario podrá lastimarse, y disminuirle su cariño hacia nosotros.
4. No ser solidarios. Un día, de viaje con un gran amigo, jefe de un numeroso grupo social, al pasar por frente a la casa de unos antiguos amigos suyos le dije: “¿Quiere que entremos a visitar a esta familia?” – No, no – nunca me dijo secamente. Con esta familia ya no quiero tratar nunca más, porque el día en que se murió mi madre, ninguno de ellos se hizo presente en los funerales. Por falta de solidaridad, perdieron la amistad de una persona. En cambio otro día de paseo por una finca, vi que el dueño de aquellas todas tierras entraba a un cultivo y saludaba de abrazo muy cariñoso a varios de aquellos labradores. Lleno de curiosidad le pregunté el porqué de semejantes muestras de cariño hacia tan humildes personas, y me respondió: “Es que hace algunos años, un día enfermé de gravedad en una hacienda muy alejada del poblado, y cuatro de estos hombres me llevaron en unacamilla hasta el pueblo, y lo hicieron con tal delicadeza y cuidado, que jamás podré olvidar ese detalles que tuvieron para conmigo”. Con un acto de solidaridad se ganaron el afecto de aquel hombre para siempre. Así que el ser solidarios con los demás aumenta mucho su amor hacia nosotros, pero el no mostrarse solidarios puede matar irremediablemente el afecto que otros nos tenían.
5. Pasarse el tiempo pidiendo y exigiendo, sin dedicarse a dar y sacrificarse. ¿Cuántos exclaman desilusionados: “A mí nadie me quiere”? Pero vayamos a analizar su vida ¿Cuánto tiempo han dedicado a servir y ser útiles a los demás? ¿Cuánto han regalado? Carnegie decía que en todos sus años de averiguación en Bibliotecas para conocer reglas infalibles para ganarse la amistad de los otros, la frase que más le impresionó fue la siguiente: “Ud. gana más amistades en dos meses interesándose por los demás, que en dos años tratando de que los demás se interesen por Ud.”. Y dice que muchos viven enamorados y muertos de tedio entre los escombros de una felicidad destruida, porque aun siendo viejos, su amor sigue siendo como el de los niños: solo pedir, solo exigir, y no dar, ni sacrificarse. El niño, por lo inmaduro, ama porque le dan; pero el mayor, siendo ya equilibrado, ama porque quiere dar y ayudar, y hacer felices a los demás.
6. No manifestar que amamos. El más grande pedagogo del siglo pasado afirmaba que el error fatal de muchísimas personas consiste en que, aunque en su corazón aman a los demás, con sus palabras y su conducta exterior no les manifiestan ese amor. Y repetía: “No basta con amar. Es necesario que los demás se den cuenta de que en verdad los amamos”. El rey Sabio solía repetir: “Las palabras amables y el rostro risueño, aumentan el número de nuestros amigos”. Esto es una gran verdad. Pero también lo es que el no demostrar nuestro cariño con palabras amables y con rostro risueño, disminuye mucho el afecto de nuestras amistades. Un empleado decía a sus compañeros: “Yo los amo mucho a todos Uds.” Y los otros le respondieron con sorna: “Pues no se le nota. Su amor hacía nosotros lo debe tener por allá muy bien guardado porque no aparece por ninguna parte”. Los antiguos decían: “cuando hay fuego en la casa, es inútil querer ocultarlo. El humo se sale aún por la más pequeña rendija y le cuenta a los vecinos que allí dentro hay fuego ardiendo”. Así pasa con el verdadero amor: si es lo que debe ser, tiene que manifestarse externamente de alguna manera. Si no se manifiesta, lo más probable es que se está apagando”. Recordemos siempre: no basta con amar. Es necesario que los demás se den cuenta de que sí en verdad los amamos.
7. Descuidar los pequeños detalles. Cuanto más pequeñas sean las astillas de leña más fácilmente alimentan la llamarada de la gran hoguera. Cuanto más pequeños detalles prodiguemos, más crecerá nuestro amor y el amor que vamos a recibir. Pero a muchas personas se les olvida este “detalle”, y deja morir miserablemente el amor. Una tarjeta, una llamada en el día del cumpleaños. Un “te ves muy bien”. Qué rico sabes cocinar… Tú siempre tan puntual… Con mucho gusto… Tú sabes que te aprecio con toda el alma… Cada día te quiero más… No te imaginas con cuanta alegría hago este trabajo para ti… Tu charla me hace pasar ratos tan sabrosos que se me va el tiempo sin darme cuenta… etc. son pequeñas astillas que van aumentando la llama del verdadero amor. Desafortunadamente miles de personas descuidan prodigar estas pequeñas alabanzas que tanto alegran. Por todas partes ve uno un pequeño cartel que dice así: “Qué fácil es decir: ”Con mucho gusto – Por favor – Muchas gracias – Muy Amable – Perdone – A sus órdenes – Por supuesto… Tenga la bondad…”” Es una colección de pequeños detalles en el hablar, que producen buen efecto.Cuando éramos pequeños y se nos olvidaba saludar o dar las gracias, la mamá nos decía “¿Te comiste la lengua? ¿No sabes cómo se debe decir en estos casos?” Y ahora de viejos todavía los amigos nos pueden repetir “¿Te comiste la lengua? ¿No sabes alabar, ni felicitar?”. Un muchacho estaba cenando con visitantes muy respetables, y descuidando las reglas de la urbanidad pasó la mano por delante de la cara de la mamá para tomar el vaso de la mermelada. La señora lo corrigió diciendo: “Pero mijito, no pases la mano así por delante. ¿Es que no tienes lengua? – Y el niño respondió: “Lengua si tengo, pero ella no me alcanza hasta allá” – Algunos de nosotros, tendríamos que repetir amargamente: “Lengua sí tengo pero ella no me alcanza hasta allá, hasta llenarle de detalles amables la vida de los demás, y por eso la llamarada del amor vive agonizando.