Hay dos clases de personas. Las que saben sacar alegría de la vida, de lo que sucede y de lo que esperan, y los que siempre van suspirando y llorando. A veces se encuentra uno con el jefe de una empresa, el cual tiene un automóvil, excelente casa, buenísima alimentación, sueldo elevado, aprecio de la gente y muchas personas que le obedecen y le respetan, y sin embargo, este señor no hace sino quejarse de la vida y de todo lo que le ha sucedido y le está sucediendo. Está sumergido en el pozo de la tristeza y es mucho más infeliz que millones de pobres que no tienen dónde caerse muertos. Pero muchas veces nos encontramos también con sencillos obreros o personas de servicio, que ganan solamente el sueldo mínimo. Que no poseen casa propia y tienen que viajar en vehículos públicostremendamente repletos y llenos de incomodidades. Que siempre han estado bajo la sujeción de superiores y de supervisores no demasiado amables ni comprensivos. Y a estos sencillos obreros, a estas personas de servicio les oímos reír y cantar. Vemos brillar sus ojos de alegría y en su conversación notamos que le encuentran sabor a la vida. ¿Cuál es su secreto? Que de la vida se han dedicado a gustar y saborear no las hieles sino las mieles. Que han encendido la llama del entusiasmo y se han salido del pozo fétido de sus tristezas. Por eso decía el sabio Salomón: “Mucho mejor es ser pobre pero lleno de alegría que muy rico pero lleno de tristeza”. Hay pobres muy ricos, y ricos muy pobres.
El triste le echa siempre la culpa a los demás y siente que de nada está satisfecho. El alegre sabe sacar mieles de las hieles. El triste proclama que si quisiera hacer algo pero que se lo impiden, la suegra, el gobierno, los vecinos, la mala salud, la mala suerte, la mala situación…. El entusiasta se propone actuar aunque todos se lo opongan. Sabe que “nada es imposible para el que tiene fe”. El triste a las diez de la mañana todavía está bostezando y con ganas de volverse a acostar. Ha coleccionado ciertas frases que son comunes a los fracasados de todo el mundo: “esto es insoportable. La situación es pésima… La gente está corrompida… No se puede hacer nada… El mundo está al revés…” En cambio el entusiasta encuentra rayos de luz en plena oscuridad. Sabe que el Padre Dios no ha creado a sus hijos para el fracaso ni goza con la derrota de sus creaturas. ¿Qué el trabajo es difícil? Pues, como decía Napoleón, “lo difícil lo emprendemos con gusto porque aumenta nuestra personalidad y nos da oportunidad de hacer trabajar mejor a nuestro cerebro y a nuestra voluntad, ¿y lo imposible?... “trataremos de hacerlo posible””. Un antioqueño lleno de entusiasmo fue a una empresa a pedir empleo, pero con esta extraña petición: “Quiero trabajar por tres obreros, para ganar triple sueldo”. El gerente quiso probar su capacidad y su entusiasmo, y le puso por oficio manejar una máquina en la cual con una mano debía empujar una palanca y con la otra mano tirar de otra palanca. Con un pie empujar un resorte y con el otro, otro resorte. Con la cabeza tenía que empujar unas manivelas, etc. Después de una hora de trabajo llegó el gerente para ver si el antioqueño estaba ya desesperado y pidiendo relevo. Pero al preguntarle si se le ofrecía algo, le oyó emocionado responder: “Si, señor gerente, necesito que me amarren una escoba a la espalda para ir barriendo de una vez el salón y así ganarme otro sueldo más”. Eso es lo que se llama gente de entusiasmo. Esperan mucho de la vida pero dan también mucho a la vida. Hemos oído repetir hasta el cansancio unas frases que no pueden ser olvidadas por quien en verdad desea triunfar: “Uno puede triunfar en cualquier cosa en la cual ponga entusiasmo… si algo debe hacerse, debe hacerse bien hecho y con entusiasmo. Lo que merece ser hecho, merecer ser bien hecho”.
No permitamos que nada ni nadie nos robe el entusiasmo. Sería quitar la llama, el fuego, el calor a nuestra existencia. Ya lo decía Salomón, el sabio: “Bueno, muy bueno, le es a cada uno alegrarse en el trabajo que hace, y comer con alegría su pan de cada día”. El entusiasta es la base de las grandes conquistas. Nada grande se ha logrado sin entusiasmo. Un gran pensador, al final de su vida exitosa y brillante, dio a conocer la fórmula de sus triunfos: “entusiasmo y alegría”. Cada uno puede llegar a ser conforme a lo que habla. Si hablamos con entusiasmo llegaremos a ser entusiastas. Pero si hablamos como derrotados llegaremos a ser derrotados. San Pablo les recomendaba a sus queridos amigos filipenses: “De todo lo que es amable, de todo lo que es digno de alabanza, de eso pensad y hablad… Pero lo que es indigno, ni siquiera se nombre entre vosotros”. Las personas realmente exitosas son positivas. Positivas en su pensar y en su obrar. Tenemos que controlar, podar y echar al fuego del olvido todo pensamiento negativo y toda palabra pesimista. Así no ofenderemos ni a la bondad de Dios que ha sido tan amable con nosotros, ni a la alegría del prójimo que se siente herida y disminuida cada vez que oye nuestras lamentaciones.