Uno de los más deliciosos deportes que se pueden practicar es: coleccionar frases famosas o agradables de grandes pensadores. Por el mundo han pasado personajes especialísimamente inspirados cuya mente produjo unos pensamientos tan originales y tan penetrantes, que a cualquier personas de cualquier país o época le impresionan y le hacen bien. Ojalá Ud. se acostumbre a irlos coleccionando. San Juan Bosco, en sus momentos de angustia repetía una frase de aquella gran pensadora llamada Santa Teresa de Jesús: “Nada te asuste. Nada te afane. Nada te turbe. Todo pasa. Sólo Dios queda”. Y este pensamiento le producía gran paz. Un político de fama mundial, en los momentos en que era atacado, gustaba repetir un pensamiento del más famoso escritor del siglo XII, Tomás de Kempis: “Recuerda que tú no eres más porque te alaben, ni menos porque te critiquen”, y esto le producía tranquilidad. Bolívar gozaba leyendo a Julio cesar, y Napoleón leyendo a Plutarco El Papa Juan XXIII contaba que cuando lo eligieron Pontífice, en medio del gran susto y angustia que sentía, lo que lo vino a consolar y animar fue una frase del famosísimo libro “imitación de Cristo”, que dice así: “Cuando Dios da un cargo, dará también las fuerzas para poderlo ejercer bien”. Esta misma frase animaba también en sus momentos de afanes al gran ministro alemán, Adenauer, y el Papa Juan Pablo II. Cuando Ud. lea u oiga una frase que le impresiona, apresúrese a escribirla. Vuelva después a leerla frecuentemente, y llegará un día en que esas frases formarán un grupo especial en su memoria; serán como las reservas de un país; siempre a disposición para salir en su defensa en los momentos de depresión o peligro. Y si las frases que Ud. colecciona son de la Biblia, los resultados serán el doble o más que el que producen las demás frases. Lo cual ya es mucho decir. Lea por ejemplo el libro de Los Proverbios de la Biblia, señalando aquellas frases que más le agradan. La próxima vez que las vuelva a leer le agradarán todavía más y más.
PARA DEJAR DE SER GRUÑÓN:
En un hotel Hilton estaba reunida una convención nacional de comerciantes. Entre ellos había uno que estaba muy nervioso. Era gruñón, discutidor a irritable. Frecuentemente tomaba pastillas para los nervios. A uno de sus vecinos de mesa le comunicó: “Siento que me voy a quebrar en pedazos. Tengo los nervios destrozados. Quisiera no aparentar mi mal genio pero no soy capaz de ocultarlo”. Su compañero, hombre calmado y muy buen amigo, le dijo cariñosamente: “Yo cargo en mi maletín el mejor remedio descubierto hasta ahora, para calmar los nervios” y mientras el otro observaba interesado, fue sacando una Biblia hermosamente encuadernada. Mire – le dije – yo no he encontrado otro calmante mejor que leer los mensajes que Dios nos ha dejado para ser felices. ¿Quiere que hagamos el ensayo? Leamos un pasaje del Libro de Dios”, - y empecé a leerle el Salmo 24 – 25, que es uno de los más preciosos de toda la Biblia, y dice así: “Señor, a Ti dirijo mi oración – Mi Dios: en Ti confío – en Ti confío a todas horas – Señor: acuérdate del amor y la ternura que siempre me has manifestado. No te acuerdes de mis pecados, ni del mal que hice en mi juventud. Señor es grande mi maldad, perdóname: haz honor a tu nombre – Mírame Señor y ten compasión de mí, pues estoy solo y afligido – líbrame de mis tristezas y de mis angustias – mira mis afanes y trabajos, y perdona todos mis pecados. Amén”. ¡Hermoso, hermoso! – exclamó el enfermo de nervios. Y prosiguió: ¿Ud. lee frecuentemente estos Salmos? Sí, sí – respondí. Yo también pasé por una época en que mis nervios estaban destrozados. Afortunadamente mi profesor de sicología había asistido mucho en que el mejor remedio para mantenerse en paz era leer la Palabra de Dios en la Biblia y me había dado instrucciones para poder leer este libro con facilidad. El me enseñó a señalar en la Biblia los pasajes que más me impresionaran, y poco a poco fui señalando algunos Salmos de extraordinaria belleza, por ej. el 22, el 24, el 32, el 50, el 102, etc. Y una noche experimenté por primera vez el poder pacificador de la palabra Bíblica. Había llegado a un hotel en un estado de nerviosismo casi desesperante. Subí a mi cuarto. Traté de escribir algunas cartas pero no pude concentrarme nada, quise leer el periódico y me fastidié. Intenté bajar al bar a tomarme unos tragos, y ya iba a salir de mi pieza cuando recordé el consejo de mi antiguo profesor: “Lea la Biblia, y hallará la paz”. Abrí la Biblia que había allí en la mesa de noche. Busqué uno de los Salmos cuya gran hermosura conocía: el Salmo 24-25 y lo leí. Me llegó al alma. Volví a repetir algunas de sus frases. Estaba sentado en un cómodo sillón. Me quedé profundamente dormido. Solamente dormí unos quince minutos, pero cuando desperté estaba tan fresco y restablecido como si hubiera dormido toda una noche. Aún recuerdo la extraordinaria sensación de completo alivio. Me dije entonces: “¿No es esto algo maravilloso? ¿Cómo es que teniendo un remedio tan a la mano, no lo he aprovechado para curarme? Y en adelante la lectura de mi Biblia es el remedio poderoso que calma todas mis ansiedades. Guillermo, no quisieras tu hacer la prueba y ver si a ti también te sirve”. Guillermo lo intentó y sigue haciéndolo; me informó que al principio le costaba alguna dificultad. Todo arte es difícil en sus principios, pero ahora ya todo es distinto. La lectura de la Biblia le produce una felicidad infinita y no necesita tomar medicinas para no ser gruñón. Ahora se puede convivir fácilmente con él; sus emociones están bajo control. ¿Qué descubrieron estos dos señores? Que obtener la paz mental no es difícil. Sólo hay que alimentar la mente con pensamientos que le produzcan tranquilidad; y las buenas lecturas son la mejor fábrica de pensamientos tranquilizantes. (Ojalá consigamos el preciosos librito “Los Salmos explicados” su lectura nos llenará de paz).