Me encontré con un hombre desilusionado. ¿Cómo le va a Usted? Le pregunté. Regular, por no decir que mal – fue su amarga respuesta – y añadió: “Todo está perdido para mí. No hay ya ninguna esperanza y estoy demasiado viejo para empezar de nuevo otra vez. He perdido la fe… fracasó mi negocio… ¡Todo anda mal!” – Cómo – le dije – ¿Todo anda mal? ¿Ha tenido en estos días algún luto en su familia? ¿Ha muerto alguno de sus seres queridos o está alguno gravemente enfermo? No, no – me respondió con un brillo de satisfacción en sus ojos – mi familia, a Dios gracias, está muy bien, y ninguno de ellos ha muerto, ni está enfermo por estos días. Pero – añadí – ¿Ha tenido alguna pelea últimamente en su casa? ¿Está disgustado con su esposa o su suegra? ¿Sus hijos le niegan el saludo, o alguno de sus hermanos le guarda odio o rencor? – No, no – me contestó entusiasmado – ¡Yo no me merezco esa esposa tan buena que tengo! Los hijos, aunque estamos pobres, son tan noblecitos y agradecidos. Con mis hermanos siempre nos hemos entendido bien. En mi casa jamás peleamos ni discutimos. – ¿Pero está usted muy aburrido en esta ciudad donde vive? ¿No le gusta el clima, o la gente, o las ocupaciones o…? – Mi ciudad no la cambio por ninguna otra – me replicó – Aquí el que quiere trabajar puede trabajar. El clima no es ni demasiado caliente ni demasiado frio. Nuestras gentes son acogedoras y amables. Y ni oficio, pues siempre me ha gustado. – Pero su salud, ¿le anda mal? ¿Sufre de los ojos? ¿No escucha bien? ¿Le cuesta trabajo caminar? ¿Digiere muy poco los alimentos? ¿Pasa las noches sin dormir? ¿Lo persigue la jaqueca o el dolor de muelas o siente neuralgias continuas? – No, no. Cómo bien, duermo bien, no sufro enfermedades. Yo soy un hombre normal. – ¿O será que Usted está desilusionado de su religión? ¿No le gusta la religión que profesa? ¿Quiere cambiarla por otra? ¿Lo desilusionó la Iglesia? – Oh, ¡nunca! Mi religión es la mejor del mundo. Somos 850 millones de católicos, la mayor concentración de creyentes del universo. Tenemos un Romano Pontífice formidable. Un Arzobispo que estimamos mucho, y a mi párroco le guardamos verdadero aprecio en mi barrio. Por nada del mundo cambiaría mi religión católica que me llena de ánimos en esta vida y me promete tantas maravillas para la eternidad… Escribí en una tarjetica lo que él acababa de decir: los familiares en buena salud. Paz en el hogar. Salud propia muy buena. Cariño en su familia. Ciudad agradable. Religión satisfactoria, etc. Le pasé la tarjeta y le pregunté: ¿En verdad que todo anda mal? – Volvió a leer lo que él mismo había dicho. Sonrió azorado y me dijo: – Nunca me había puesto a pensar en estos bienes que el buen Dios nos ha dado. Es verdad. No todo anda mal. Aún puedo comenzar de nuevo. Lo que yo necesitaba era pensar un poco en los muchos bienes que todavía no he perdido… Y aquel hombre empezó de nuevo. Un camión sin frenos había penetrado en su casa y le había destruido totalmente su negocio. Un incendio provocado por el choque había quemado toda su habitación. Sólo le había quedado el lote y su familia que, por favor grande de Dios, no sufrió daños corporales… Ahora los vecinos le han ayudado (devolviéndole los muchos favores que él les había hecho cuando tenía riquezas). Ha levantado otra vez su casa. Ha puesto otra vez su negocio, y ya va muy adelante en el pago de sus deudas. Y me dice entusiasmado. “Un caso bien raro el mío: me desesperaba por los pocos bienes materiales que había perdido, pero no me alegraba por los inmensos bienes espirituales y físicos que aún me quedaban. Cambié mi actitud mental. Empecé a ver la vida por el aspecto alegre y la fe expulsó las dificultades. Hay una gran verdad repetida por los más famosos psiquiatras del mundo, dice así: “Las actitudes son más importantes que los hechos”. Es una verdad que merece ser repetida hasta que llegue a formar parte de nuestro cerebro, porque si mejoramos nuestras actitudes hemos mejorado toda nuestra vida. Cualquier hecho que nos sucede o que se nos presente, así sea el más complicado, incluso el más desesperado, nunca será tan importante como nuestra actitud ante él. La muerte de la madre,, para quien tiene fe en la vida eterna, será menos dolorosa quizá, que la muerte de un caballo para quien cree que ese cuerpo animal era para él lo más importante del mundo. Uno perdió lo más precioso que hay sobre la tierra, pero recibe este dolor con actitud de fe, y esto le llena de esperanza y paz. El otro perdió sólo un animal irracional, pero toma esto con actitud de desesperación, y es capaz de perder hasta el apetito y el sueño por ello. ¡Lo que vale la actitud! La forma en que Usted piense acerca de un hecho puede derrotarle aún antes de que Usted actúe. Usted puede permitir que un hecho lo abrume mentalmente antes de que realmente principie realmente a enfrentarse con él. En cambio puede también dominarlo y neutralizarlo de manera asombrosa si se le enfrenta con actitudes de optimismo, esperanza y fe. Recuerde lo que decía Milton, el gran poeta ciego: “Lo grave no es ser ciego”. Lo que hace que una persona sea feliz o desdichada será siempre la actitud que tenga acerca de lo que sucede. Lo que hace falta no es que cambien las situaciones sino cambiar nuestra actitud respecto a ellas, cambiarla de negativa a positiva. Una gran importancia tiene nuestra actitud: si es optimista nos permite vencer grandes dificultades. Si es pesimista nos acobarda ante cualquier contratiempo y somos derrotados. Conozco a un hombre que es un gran organizador porque tiene una cualidad muy especial. No es que sea más inteligente que sus compañeros, ni que hable más sabroso, ni que sea de familia más importante que los otros o los aventaje en estudios. No. Pero tiene una cualidad: que siempre está lleno de pensamientos optimistas. Cuando se reúne con sus compañeros lo primero que procura hacer es emplear el “método de la aspiradora”, es decir, con una serie de preguntas aspirar la mente de los otros las ideas pesimistas que les han venido y quitarles las actitudes negativas para alejarlas lo más posible. Después sosegadamente sugiere ideas positivas relativas al asunto, hasta que se forme en el ambiente un conjunto de actitudes mentales propicias para el éxito. A menudo comentan después cómo es de distinto un hecho según el lente con que se les mire. Si analizan los factores positivos empiezan a ver que el león no es tan fiero como lo pintan. Sacan la ley de los promedios ¿en cuántos casos de cada diez nos ha ido mal en esto? ¿Y cuántas veces no ha resultado bien? A veces nos parece encontrarnos frente a una espantosa selva y mirando bien, nos damos cuenta de que se trata de un sencillo bosque, posible de atravesar sin mayores peligros. ¿Y qué pasa si usted piensa constantemente en las fuerzas que parecen estar en contra suya? Pues que las va robusteciendo hasta constituir un poder mucho más grande de lo que deberían ser. Adquirirán una fuerza formidable que realmente no tienen. La actitud negativa es fatal. Pero si usted se esfuerza por valorizar lo positivo que tiene a su disposición, manteniendo sus pensamientos en ello, dándole énfasis hasta su máximo grado a lo que usted tiene de verdaderos valores, se alzará su personalidad sobre los obstáculos que se le presenten, y será un nuevo David, que, con ayuda de Dios, dominará a cualquier Goliat de adversidades que le salga al paso. La actitud positiva proporciona muchas victorias.
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