Una revista internacional hizo una encuesta o concurso para saber cuál es la causa que más discusiones y peleas produce entre personas de un mismo hogar: Y la respuesta que ganó el concurso fue la siguiente: “Lo que produce la pelea o discusión no es la frase ofensiva que se escucha, sino la frase airada con la que se le responde”. ¿No le parece que esto es una gran verdad? Vuelva a leerlo. Es algo importante.
Una vez, viajando San Francisco por medio de u sembrado, se le acercó un campesino furibundo y le gritó: “Ud. es un hipócrita, un perezoso, un haragán, etc. etc.” Y sabe que le respondió el famoso santo: “Sí mi amigo, tiene razón. ¡Y eso que Ud. no sabe sino la mitad de lo malo que yo soy! El otro se retiró murmurando: “¿Quién es capaz de pelear o discutir con un hombre así de humilde? Desde aquel día fue su gran amigo y admirador. Es que San Francisco sabía muy bien una verdad que nosotros jamás debemos olvidar:
Que con discutir no se gana y sí se pierde, y que aunque nosotros salgamos aparentemente victoriosos en una discusión, el adversario se retira humillado y lleno de amargura y su afecto hacia nosotros puede bajar en su termómetro hasta cero.
Por eso los grandes maestros de relaciones humanas en todo el mundo andan repitiendo: “Mi amigo, si lo que el otro afirma no va contra las leyes de Dios o contra la moral o la patria, por favor, no lo discuta”. Lo que va contra lo que ha dicho Dios o lo que manda la moral o contra nuestra patria jamás lo aceptamos, y sabremos defenderlo con calma, sin humillar ni atacar al otro, pero sin aceptar nunca como bueno lo que es malo. Pero en lo demás: política, gustos, modas, noticias, estadísticas, opiniones, etc. no gastaremos energía discutiendo. Expondremos nuestro parecer humildemente y con sencillez, cumpliendo lo que aconseja San Pablo: “Considerando que los demás pueden saber y ser más que nosotros” (Fil. 2). ¿Pero dedicarnos a discutir? Eso sí que no. En la discusión se pierden energías, se pierde la paz, se pierde el tiempo y a veces hasta se pierden buenas amistades. ¿Para qué tanta pérdida por tan poca cosa?
Los que más discuten son los que se sienten más inseguros, los que sienten inferioridad, los que no dominan la situación. La discusión es un desastre oral porque hace huir la paz del espíritu. Por eso los hombres de éxito no se permiten a sí mismos el dedicarse a discutir. Nadie obtendrá una verdadera personalidad si no aprende a rehuir las discusiones. Todos tenemos contratiempos y cada uno siente oposiciones. Pero quien tiene verdadero carácter no se detiene a discutir. Cuando a Lincoln le atacaban tan ferozmente sus adversarios, y él quería dedicarse a discutirles, su gran amigo le dijo:
“Nadie lanza pedradas a un perro muerto. Si te atacan es porque eres importante. Pero por favor: no desciendas hasta el campo desde donde ellos te están insultando, porque entonces te hacen tan bajo como ellos”. Y eso le detuvo en su afán de discutir.Recordemos: las discusiones nunca deben estar en la lista de las cosas que nos proponemos hacer.
La discusión puede indicar falta de equilibrio y de control de sí mismo. Indica poca capacidad para elevarse sobre las diferencias que tenemos acerca de pequeños detalles. Las discusiones pueden una manifestación de la gran lástima y compasión que sentimos hacia nosotros mismos cuando nos contradicen. Quien discute está manifestando con esto que no se critica a sí mismo, ni acepta reconocer sus debilidades, defectos y errores.
Quien discute es dogmático: le parece que solo su opinión vale. Lo que los demás digan o piensen le parece una tontería de tercera clase. Y en eso está equivocado. Discutir es andar suplicando indirectamente que tengan simpatía por nosotros. Discutir es lanzarse a caminar por un atajo lleno de explosivos. La discusión es un vómito emocional que mana de un pozo de frustración y resentimiento. Indica falta de aptitud para acercarse a la verdad y a la comprensión por caminos de bondad. El andar discutiendo es señal de que en la personalidad hay un punto ciego y no controlado que permite darse el lujo de soltar la lengua sin medir las malas consecuencias.