Contradecir es perder gran parte de nuestro atractivo personal. Contradecir es perder una ocasión de permitir al otro sentirse más importante. Hay cosas en las que no podemos manifestar que estamos de acuerdo, como son las que van en contra de las leyes de Dios, de las verdades de nuestra religión, de las reglas de la moral o el honor de nuestra patria. Pero en todo lo demás sí podremos darnos el lujo de callar nuestra opinión contraria sin que con ello perdamos nada, y ganando en cambio el cariño y la estimación de los demás.
Los que contradicen le dan demasiada importancia a detalles de poco valor y a ellos se apegan desaforadamente. Les pasa como a los micos de la selva. Cuando los cazadores los quieren capturar vivos, echan un poco de maíz en el fondo de un calabazo que tenga la boca bastante angosta. El mico mete la mano al calabazo y la llena de maíz. Pero luego la va a sacar y ¡ay! No puede, porque la tiene muy llena. Y el pobre animal prefiere que lo capturen, antes de ocurrírsele soltar la manotada de maíz y poder sacar la mano de aquella trampa. Así les pasa a quienes tiene la mala costumbre de contradecir.
Se pegan a unas pequeñeces: modas, opiniones, partidos, gustos, noticias, etc. y con tal de no soltar su opinión, prefieren perder amistades y buena fama. Usted pavimenta de simpatías el camino de su vida si se acostumbra a dejar que otros expongan sus opiniones y gustos, sin dedicarse a combatirles o a decirles que se equivocan. Nada humilla tanto al otro como afirmarle que se encuentra equivocado en lo que opina o afirma.
Para discutir se necesitan dos personas. Si a Ud. no le gusta contradecir, seguramente no va a tener discusiones molestas. Ud. no ganará nada dejando al interlocutor “tendido en la lona”. Recuerde que cada vez que contradiga, el perdedor será siempre el buen nombre de Ud. El contradecir produce discusión. La discusión produce tensión nerviosa (siempre después de una discusión los dos interlocutores se hallan nerviosamente excitados) y la excitación nerviosa hace más mal que bien. ¿Para qué entonces seguir contradiciendo?
Cumplamos lo que tanto recomendaba San Pablo: “Procurad vivir en paz evitando las discusiones”.