El odio es el instinto contrario al más noble de nuestros instintos: el amor. Por eso esta es la definición más ordinaria y fácil que se le puede dar: “Odio es el sentimiento opuesto al amor”. No hay que confundir odio con antipatía. La antipatía es una aversión natural que se siente hacia ciertas personas. Todos la sentimos, pero la persona es capaz de no manifestarla y de no irla aumentando. La antipatía se va disminuyendo cuando uno piensa en las cualidades que tiene la otra persona y en las buenas obras que ha hecho, y si trata de convencerse de que lo que hace y dice no tiene mala intención esto va transformando en simpatía cualquier antipatía, por grande que sea.
Odio no es tampoco lo mismo que resentimiento. El resentimiento es un recuerdo amargo y triste acerca de algo que la otra persona dijo o hizo en contra nuestra. El resentimiento es un verdadero gorgojo capaz de derrumbar aún las personalidades más poderosas. Nunca insistiremos lo suficiente acerca de la inmensa ventaja que a un ser humano le proporciona el alejar todo recuerdo triste y amargo y reemplazarlos por pensamientos alegres y optimistas.
Pero el odio es algo muchísimo peor aún. Odiar es desear el mal al otro. Odiar consiste esencialmente en no amar ni querer amar al otro. Odio es deseo de venganza. Podemos tener inclinación al odio por haber sido víctimas de injusticias en nuestra niñez. Un niño maltratado en su infancia puede crecer con tendencias al odio. Viejos ha habido que se vengaron brutalmente de injusticias o castigos salvajes recibidos cuando aún eran muy niños. Por eso los padres de familia deben andar con cuidado al castigar o regañas a sus hijos. El castigo moderado no les causa odio, y la corrección hecha con bondad nunca los lleva al resentimiento. Pero si se les trata con aspereza, exageración e injusticia, o se les falta al respeto con palabras, humillaciones, puede irse formando en su modo de ser una inclinación muy peligrosa hacia el odio y la venganza. Unos papás sádicos e injustos pueden estar formando unos hijos llenos de odio y de resentimiento.
La Biblia dice “Si el ser humano se niega a perdonar a quien lo ha ofendido, ¿cómo puede pretender que Dios le perdone sus propios pecados?” (Ec.28) y Jesús afirmó tajantemente: “Si no perdonáis a los demás sus ofensas, tampoco vuestro Padre Celestial os perdonará vuestros pecados”. Es una frase digna de ser recordada y repetida muchas veces, para vacunarnos contra la desastrosa peste del odio y del resentimiento. San francisco aconsejaba que cuando en el corazón sintamos oleadas de odio hacia alguna persona, nos dediquemos a rezar por ella, para que Dios la bendiga y la vuelva mejor. Y afirma que este procedimiento produce efectos admirables. Porque hay un principio psicológico universalmente experimentado que dice así: “Nadie será capaz de odiar a una persona, si frecuentemente reza por ella, pidiendo que le vaya bien”. Y recordemos un caso reciente sucedido en Inglaterra: un joven desequilibrado buscaba a su padre con odio salvaje para asesinarlo. A base de hipnotismo lograron averiguar de qué causa le había nacido semejante odio tan brutal: era que cuando él estaba pequeñito en brazos de la mamá, veía llegar a su padre, borracho, con un palo en la mano, a golpear a su madre, el ser que él más amaba en el mundo. Los ojitos del niño aterrorizado llevaron aquella imagen a su cerebro y allí quedó guardada para siempre, convirtiéndose luego en odio irreconciliable. ¡Ah, las imágenes que captan los niños! Por eso con tanta razón les repetía el gran sabio Pio XII a los padres de familia: “Recordad que unos pequeños ojos contemplan vuestras acciones guardándolas en el cerebro como una filmadora. No olvidéis que unos pequeños oídos escuchan vuestras palabras grabándolas en la memoria como una grabadora. Son los sentidos de vuestros pequeños hijitos. Por eso tened mucho cuidado al hablar y obrar ante ellos, para que las imágenes que graban en su mente sean placenteras y amables, y nunca terroríficas”. Muchos odian cuando viejos, porque de niños recibieron impresiones muy desagradables.
Carothers es uno de los más brillantes escritores de la actualidad, y gusta repetir esta enseñanza: Si Ud. guarda en su espíritu alguna actitud “no perdonadora”, algún odio, siempre tendrá amargura en su alma. Pero si perdona todo, gozará de una paz admirable. Si alguna vez nota un estancamiento en su progreso espiritual pregúntese enseguida: “Señor: ¿qué será lo que yo no he perdonado? ¿Cuál será la ofensa que no quiero olvidar? Porque mientras Ud. tenga algo que no perdona, corre el tremendo peligro de no ser perdonado por Dios”.