Un joven tenía el defecto de divulgar los secretos de su empresa. No le podían confiar ningún asunto de importancia, porque por hablar demasiado luego iba y le contaba a los demás. Esto impedía que se le confiaran cargos importantes. El psicólogo estudió su caso y sacó esta conclusión: Tenía un sentimiento de inferioridad, y para compensarlo contaba todas las informaciones importantes que conocía. Había estudiado menos que sus compañeros y para crecer ante los otros contaba secretos importantes para suscitar admiración y estimación y satisfacer sus deseos de ser. Su jefe, muy comprensivo, se propuso convencerlo de que no era inferior a los otros, y que no necesitaba de estos detalles dañosos para ser importante, y una vez que el complejo de inferioridad se le alejo, ya nunca más volvió a revelar secretos de su compañía y pudo ascender en puestos de responsabilidad. El complejo de inferioridad proviene de alguna circunstancia penosa que nos afectó cuando éramos muy niños y pone fuertes barreras que se oponen a que subamos a la cumbre del éxito. Tal vez un hermano era mucho más brillante para los estudios que nosotros, otro era mucho más agradable en su trato o más ágil para los negocios… y eso nos trajo complejo de inferioridad, olvidándonos de que muchas veces el que en la clase era inferior, en la vida real fue superior; y el que poseía menos millones tenía más simpatía; y el que fue más brillante en su trato fue menos en sus trabajos intelectuales, porque la NATURALEZA TODO LO COMPENSA, y reparte sus dones muy bien repartidos. No le regala a uno todo, y a otro nada, sino que a cada uno le concede aptitudes maravillosas para triunfar su existencia. Pensando positivamente en lo que somos y poseemos podemos ir mejorando nuestro comportamiento. El secreto más grande para eliminar el complejo de inferioridad consiste en llenar la mente, hasta que rebose de fe. Desarrolle una poderosa fe en Dios, y ello le dará una sana fe en sí mismo. La adquisición de la fe se logra con la oración, con mucha oración (no un día ni dos, ni con tres oracioncitas mal rezadas) rezando cada día sin cansarse, y leyendo la Biblia, cada día una página, con fe, con humildad, aunque al principio no se note el cambio, pero éste irá llegando imperceptiblemente, y cuando Usted menos lo piense ya tendrá fe, porque la oración y la lectura de la Biblia traen la fe infaliblemente. Pero recuerde: la oración descuidada, perezosa y sin efecto no es suficiente para que usted consiga la fe que es la que le va a alejar su complejo de inferioridad. Muchos dicen: “yo rezo y no cambio”. Es que con oraciones tan mal dichas como las dice usted no se arregla ni la pata coja de un perro de esos que fingen cojeras. Una mujer dueña de un hotel, con unos problemas morrocotudos, fue interrogada con una reunión y contestó: los problemas pequeños se arreglan con pequeñas oraciones, pero los problemones grandes necesitan oraciones dichas con toda el alma y repetidas por muchos días. Yo he aprendido que si la preocupación es grande, la oración debe ser también hecha con toda el alma y sin cansarse. Carulla era un gran negociante, y en una reunión de creyentes enseñaba: “El defecto de nuestra oraciones en la mayoría de los casos, es que no son proporcionadas a la importancia de lo que pedimos. Creemos que podemos obtener la solución de una gran necesidad con una oracioncita tan pequeña y mal rezada como la que diríamos para que se aleje una pulga de nuestra cama. Recordemos que dios enviará las soluciones de acuerdo como hayan sido nuestras oraciones, porque Él ha dicho: “según sea tu fe, así serán las cosas que te sucederán” (Mt. 9,29). Billy Crosby, el cantante, decía que su abuelo le repetía muchas veces: “El defecto que tienen nuestras oraciones es que no tienen corazón. Las decimos fríamente, sin atención. Si habláramos a los superiores tan sin ánimos como le hablamos a Dios no nos darían ni siquiera respuesta. Rece oraciones con toda el alma. Trate de poner toda la atención en lo que reza (como San Luis a quien le dolía la cabeza de tanto esforzarse por rezar con toda atención) y descubrirá entonces que sí cumple lo que dijo Jesús “Todo lo que pidáis con fe en la oración, lo conseguiréis”. Acuda a algún libro o algún consejero espiritual que le enseñe a leer bien la Biblia y a rezar con devoción. Si no se atreve a preguntar a un director espiritual, consiga el bello libro “Setenta preguntas acerca de la Biblia” (de esta misma colección) y en él aprenderá a leerla con provecho. Y no olvide: a rezar se aprende…. Rezando. Otro gran remedio para ajear el complejo de inferioridad y fortificar la confianza en sí mismo: la costumbre de llenar su memoria de pensamientos y recuerdos alegres y optimistas. Si su mente está obsesionada por pensamientos de inseguridad y de insuficiencia, debe darle continuamente una dosis de ideas de alegría y de confianza para que aquellas se alejen de su cabeza como los ratones cuando llega el gato. Un ratoncito subió al bus. El bus se varó. El chofer grito al ayudante: traiga el gato… y el ratoncito que sufría del corazón, se murió del susto… Esta será la suerte que correrán sus pensamientos de inferioridad, cuando usted llame a los pensamientos y recuerdos alegres a su cabeza. Empiece a llamarlos desde hoy, y no deje de traer alguno cada día para que acaben con esa plaga de sentimientos de inferioridad.
Déjeme contarle que una persona venció su complejo de inferioridad, usando un método único: viajaba yo en su taxi, y al verlo tan alegre le pregunté: “¿Cómo ha logrado usted ese espíritu tan optimista que lo acompaña?” Esta fue su respuesta: Antes también yo estaba lleno de preocupaciones y de presentimiento de que algo malo me iba a suceder, y la vida se me hacía insoportable. Estaba lleno de desconfianza en mí mismo y de sentido de inferioridad. Pero acerté con un magnífico plan que echa todos esos sentimientos de inferioridad lejos de mi mente: y ahora vivo con una sensación de confianza respecto a mí mismo y un sentido de alegría respecto a la vida. Y en esto consistía su “magnífico plan”. Me mostró una tarjeta que llevaba en su taxi. Sacó una de las tarjetas y leyó “Si Dios está con nosotros, ¿Quién podrá contra nosotros?” (San Pablo). Extrajo otra tarjeta con este mensaje: “Si tienes fe, nada será imposible para ti” (Mateo 17,20) y una tercera tarjeta: “No tengáis miedo. Yo he vencido al mundo” (Jesucristo Jn. 15). Y añadió: “yo viajo mucho; mientras uno maneja le van llegando muchos pensamientos tristes y negativos a la cabeza. Se necesita un remedio, como el insecticida para las moscas, porque si no lo contaminan todo. Antes yo dejaba que mis pensamientos negativos vivieran tranquilamente en mi memoria. Ahora con estas tarjetas los alejo. Salen corriendo como el ladrón cuando siente llegar la autoridad. Y la antigua inseguridad que me acosaba ha desaparecido, simplemente porque en lugar de pensamientos de fe en el poder de Dios, y de esperanza en los éxitos que la Bondad Divina me tiene preparados”. El plan usado por este amigo es de los más admirables y sabios: llenar su mente con las afirmaciones de que Dios sí le va a ayudar, que el triunfo lo quiere el Señor también para él; que la derrota acompaña como la sombra a los cobardes, pero huye ante la fe en Dios, como las tinieblas de la noche cuando aparece el sol por la mañana. ¿Qué fue lo que hizo este hombre con su método tan sencillo? Puso fin a la dictadura cruel que sus sentimientos de miedo y fracaso estaban ejerciendo en su cabeza, y dejó en libertad a todos los pensamientos de alegría, confianza y optimismo que tenía encerrados en lo más oscuro de su corazón. Otros en cambio hacemos lo contrario: alimentamos cada día nuestros sentimientos de inseguridad, llenándonos de pensamientos tristes y recuerdos amargos. Hacemos como el Sr. Puyana de Bucaramanga que fue criando un pequeño tigre en su casa. Lo alimentaba lo mejor que podía. Pero un día se cortó una mano, y le dio a lamer esa sangre al tigrecillo que ya había crecido bastante. A la fiera se le despertaron todos sus instintos carnívoros y la próxima vez cuando Don David volvió a acariciarlo, el felino se abalanzó sobre él y lo mató. Esa es la historia de nuestras vidas. Cada día “engordamos” nuestro complejo de inferioridad con alimentos como este: “no valgo nada, no sirvo para nada; otros sí pueden, yo no; nunca seré capaz de corregirme; ¿qué voy a hacer, si no soy tan capaz como los otros?... etc.” y cuando menos pensamos, la maldita fiera de la inferioridad acaba con la vida de éxito que íbamos a tener. ¿Y QUE LE PASA AL QUE VIVE PENSANDO EN TRISTES SUCESOS QUE LE VAN A SUCEDER? Que siempre se sentirá inseguro. Y esa misma inseguridad le atraerá reveses y fracasos. Eso es despertar las avispas del “avispero dormido” que todos llevamos dentro y que se llama: “ideas depresivas, pensamientos de fracaso”. En cambio el amigo del taxi hacía lo contrario: despertaba todos los poderes latentes que nosotros llevamos dentro: estimulaba las actitudes creadoras que el poder de Dios depositó en nuestra inteligencia, y éstas, como Sansón cuando recobró su cabellera, derrumban el templo de horror que han fabricado esos temibles filisteos llamados “sentimientos de inferioridad”.